Dicen
que había un hombre en un lejano país que conocía la felicidad, que siempre
conseguía todo lo que quería.
Dicen
que parecía tocado por la mano de la fortuna.
Dicen
que su destino era poseer todas las cosas y dirigir todos los países.
Cuentan
que un día Suerte fue a visitar a su amigo Destino. Entre los dos existía una
vieja historia de amor y odio.
Viven
dentro de cada persona, y cuando están a buenas esa persona medra, y los bienes
le caen del cielo. Pero cuando se enfadan la persona sufre las consecuencias y
lo pierde todo.
A
veces, sólo por divertirse, hacen a una persona afortunada, hacen que se sienta
el rey del mundo, y cuando está en la cima de su felicidad… la hacen caer al
suelo.
Suerte
se sorprendió de que su amigo no estuviera dentro de aquel hombre afortunado.
Destino se sorprendió de ver a Suerte llegar de lejos, también esperaba verla
asomar por la oreja del hombre afortunado.
- ¿Cómo es posible? - Se preguntaron los dos.
- ¿Cómo es posible? - Se preguntaron los dos.
- ¿Qué clase de magia es esta que hace a un hombre poseer los dones que solamente nosotros podemos darle?
El
hombre, un viejo artesano, miró a ambos, que estaban sentados en el borde de su
mesa de trabajo.
- Vaya, – dijo - no esperaba visitas de
pequeños geniecillos.
- No
somos geniecillos. - Respondió Suerte malhumorada.
- Somos
aquellos que decidimos el futuro de los hombres. - Dijo Destino.
- ¿Mi futuro? No, mi futuro lo decido yo. Yo
decido a qué hora levantarme cada mañana, qué voy a desayunar, si voy a comer
en casa o en el campo, qué ropa voy a ponerme. Decido cuanto voy a trabajar, y
qué es lo que voy a hacer cada día. Yo decido si ayudaré a mis vecinos o no.
Decido cada una de las acciones de mi vida. Nunca os había visto antes.
Suerte
y Destino se miraron. He aquí alguien que no reconocía su poder. No podían
permitir que aquel hombre arruinara su reputación.
- ¿Y si te dijera que yo puedo hacer que cada
una de las figuras que haces se convirtiera en un objeto muy valioso? – Dijo
Destino.
- ¿Cómo
podrías hacer eso?
- Haciendo
que el destino de un rico marchante le hiciera pasar por aquí y se fijara en
tus figuras.
- Y
yo podría hacer que te hicieras inmensamente rico esta misma tarde. – dijo
Suerte.
- ¿Cómo?
– Dijo el hombre casi asustado.
- Haciendo que encuentres una enorme roca de
oro en tu propiedad.
El
hombre estuvo pensando durante un buen rato. Finalmente sacudió la cabeza, y
dijo:
- No.
- Si
admitiera que hicierais eso pondría mi futuro en vuestras manos. Seguro que
algo de suerte me vendría bien, y también sería bueno que mi destino fuera ser
descubierto por un gran marchante de arte que me hiciera famoso y rico.
Pero ambas cosas las podría
conseguir por mí mismo, si quisiera. O al menos intentarlo con todas mis fuerzas
si ese fuera mi deseo.
Sin embargo haría que mis
pensamientos dependieran de vosotros, que sois unos geniecillos muy traviesos.
Creéis que podéis dirigir el futuro de los hombres, pero solamente tenéis poder
sobre aquellos que creen que vosotros sois el único medio para obtener lo que
ansían. No saben que si ellos lo deciden vosotros estaréis a sus órdenes.
- Ja,
ja, ja,ja. – Rieron los malignos geniecillos.
- No puedes obligarnos a nada.
El
hombre sonrió, se sentó en su taburete y comenzó a hacer girar su torno de
alfarero, tomó un pedazo de arcilla y lo puso sobre el plato. Con sus expertas
manos fue moldeando una vasija perfecta. Después la dejó secar mientras
preparaba pinturas mezclando hábilmente pigmentos de distintos colores.
Cuando
la arcilla se endureció comenzó a pintar sobre ella con mano firme, preciosas
figurar de geniecillos enfadados, como los que ahora rondaban por su taller.
Dejó
durante un momento la vasija y fue a calentar el horno. Cuando alcanzó la
temperatura adecuada colocó dentro la vasija.
Después
de un tiempo retiró la vasija con cuidado de no quemarse. Antiguas cicatrices
mostraban que en otras ocasiones no había tomado las precauciones adecuadas.
Se
montó en su carro y se fue a la ciudad vecina, donde conocía varias tiendas.
Ese día había mercado, y antes de que pudiera llegar a ninguna de las tiendas,
se congregaron a su alrededor decenas de personas. Conocían al artesano y
sabían que llevaría una bonita pieza para vender.
Las
personas comenzaron a ofrecerle comida, joyas, dinero, a cambio de su vasija.
Suerte y Destino intentaban ahuyentar al gentío para que nadie pudiera comprar
la vasija. Pero no lo consiguieron. La fama del hombre era inmensa.
Cuando
el hombre consideró que le ofrecían suficiente por su pieza, la vendió. Podría
haber obtenido más, pero esa cantidad era suficiente. Con el dinero compró
comida, algunas herramientas, y una bonita joya para su pareja.
Cuando
ya se volvía hacia su casa, para disfrutar de otra buena tarde junto con la
persona a la que amaba, miró a Suerte y Destino y les dijo:
- Sólo tenéis poder sobre aquellos que creen
que no controlan su futuro. Solamente controláis el futuro de quien espera que
alguien resuelva sus problemas. Sin duda podéis ayudar, y también hacer el mal.
Sin duda haríais mi vida más fácil. Pero entonces ya no sería la visa que yo
hubiera escogido, sino la que vosotros me hubierais llevado a tomar.
Si algún día queréis
hacerme un regalo, lo tomaré, pero no os lo agradeceré, porque nada hacéis que
no sea por vuestro único bien.
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