martes, 23 de abril de 2013

Empezar a moverse


“Es que yo no puedo adelgazar, engordo con el agua”…

“Es que soy muy malo con las manualidades”…

“Es que yo no puedo cambiar de trabajo porque no sé hacer otra cosa”…

“Es que se me da muy mal hablar en público”…

“Es que no puedo viajar porque me dan miedo los aviones”…o “no sé idiomas”…

“Es que no tengo paciencia”…

Excusas. O etiquetas que nos han puesto o, peor aún, nos hemos puesto.

Muchas personas quieren cambiar aspectos de su vida, mejorar, avanzar. ¿De verdad quieren? Yo creo que no del todo.

Las excusas como las que he puesto más arriba se escuchan muy a menudo. Son frases que se utilizan después de otra que empieza por algo como: “No, si a mí me gustaría…” e inmediatamente después se excusa uno por no “poder”,

La mayor complicación la encontramos en el arranque, en el comienzo. Se trata de romper la cadena de pensamientos por la que nos impedimos movernos. Se trata en definitiva de cuestionar esas creencias invalidantes y de salir de la “zona de confort”.

Hay un vídeo en Internet que explica muy bien qué es la zona de confort, y cómo podemos salir de ella para alcanzar los sueños. El vídeo es este:

El crecimiento implica moverse, avanzar, y por lo tanto abandonar la excesiva comodidad. Asumir algunos riesgos. Y, sobre todo, no dejar de soñar y de querer alcanzar los sueños.

No es lo mismo soñar que tener ensoñaciones. Cuando soñamos con un trabajo más agradable, una casa más confortable, viajar, aprender, conocer, crear… hacemos algo bueno. Esos sueños significan que queremos más de la vida. Y no importa la edad.

Cuando se tienen ensoñaciones lo que se hace es desear que las cosas vengan a nosotros, que los resultados caigan del cielo. Deseamos estar ya en el final del camino sin haberlo recorrido. Porque lo que no queremos es movernos de la situación de confort, de la comodidad del salón, y esperamos que alguien nos resuelva el problema, sin que nos cause trastorno.

Es el sueño de los que juegan a la lotería como único medio de obtener algo. Y jugar está bien. Siempre que no se considere al azar como único medio de lograr las metas.

Es el sueño de quien espera que alguien va a venir a ayudarle o de quién acude a los demás constantemente en busca de ayuda, sin tratar de aprender algo nuevo o de encontrar un camino para salir del lugar en que se encuentra.

Hace muchos años leí un libro de Richard Bach, creo que era “Biplano”, en el que contaba la historia de un hombre que era capaz  de hacer milagros, algo así como un proyecto de mesías, solo que aquel hombre no quería ser un mesías, así que vivía en el anonimato. Este hombre le contaba al narrador de la historia que todo el mundo puede cambiar, y que cuando alguien dice que quiere cambiar pero sigue igual escudándose en excusas o en repentinos y continuos impedimentos, realmente no quiere cambiar. No quiere salir de su zona de confort.

Así que si quieres mejorar, si de verdad quieres cambiar, plantéate cuál es tu zona de confort, cuál es tu verdadero objetivo, tu meta o tu deseo, e inicia el cambio levantándote del sofá.

martes, 16 de abril de 2013

Críticas




Leí hace algún tiempo un artículo de Ferrán Ramón-Cortés (El País 27 de septiembre de 2009, lo puedes encontrar aquí) que trataba sobre las críticas, o mejor dicho, sobre la forma en la que recibimos las críticas.

Aceptar que otros tengan derecho a criticar tu trabajo no es fácil. Asumir la crítica y actuar en consecuencia es difícil.

Decía en ese artículo Ferrán Ramón que la mayoría de las personas se sentirán heridas con las críticas, un 70 %, otro 20 % las rechazará, y un 10 % será capaz de alterar su conducta si es necesario, tras analizar la crítica.

Diferenciaba también entre las críticas que implican juicio, que casi siempre sentarán mal, y las que se dirigen a hacer saber al otro el efecto que sobre mí tiene un comportamiento suyo, que pueden ser aceptadas según como sean formuladas. Y también que la reacción ante las críticas dependerá de la seguridad que tengamos en nosotros mismos.

En otra entrada (asertividad) abordé como comunicar con los  demás en este sentido. David Goleman también trata este aspecto de las relaciones en su libro La inteligencia Emocional, creo que alguna vez he hablado sobre este libro ;).

En el trabajo es importante saber escuchar las críticas sin reaccionar inmediatamente. Muchos contestamos con excusas incluso antes de que el otro haya acabado. Cuando ese otro es el jefe podemos tener problemas.

Por eso antes de contestar, esperar.

También es interesante meditar sobre lo que nos han dicho, con calma y una dosis de alejamiento. Se trata de ver qué hay de razonable en la crítica, no de aceptar inmediatamente que el otro tiene razón, ni de rechazarla buscando concienzudamente “razones que demuestren” que es el otro equivocado.

Se trata de encontrar la parte constructiva de la crítica (aunque Ferrán Ramón insiste en que no existe la crítica constructiva como tal, porque son términos antagónicos).

Tampoco son iguales todas las críticas, porque las que provienen de personas de las que nos sentimos muy alejados  serán muy difícilmente aceptadas o procesadas, aunque surtirán un efecto bastante potente (efecto cabreo).

Y si la crítica se hace en público, entonces las posibilidades de rechazarla de plano son muy altas. Sería como dar el brazo a torcer.

Cuando recibimos críticas vehementes reaccionamos con vehemencia,  frontalmente (o huyendo si el otro es más fuerte). En estas discusiones, es fácil llegar a lo que Dolf Zillman llama “secuestro emocional”, una situación en la que las emociones toman el mando y se produce una explosión de enfado, en ese momento las personas pierden el control; especialmente si durante un tiempo hemos estado sufriendo rechazos reales o imaginados.

Repito a menudo que, en lo personal, es necesario cambiar de actitud para mejorar, especialmente cuando nos hemos centrado en ideas o pensamientos negativos y autodestructores.

Aceptar las críticas es complicado, incluso cuando parece que estamos predispuestos a escuchar.

Y luego está la otra cara de la moneda.

Cuando somos nosotros los que criticamos.

Pensamos que lo hacemos bien, con calma, y razonadamente. ¿Seguro? La verdad es que  al criticar es también fácil elevar el tono. Es fácil que teniendo las ideas claras soltemos la crítica como una bomba.

A la hora de verbalizar una crítica, es decir, una frase que contenga un deseo de cambio del otro, debemos intentar que no sea una expresión de lo equivocado que está o lo mal que lo hace.

Se trata de hacer llegar un mensaje, de influir en la otra persona para que haga o no haga algo. Para explicar medios mejores de llegar a un resultado. Conviene recordar la entrada sobre comunicación asertiva (aquí).

Y siempre recordar que las críticas deben ser positivas, enunciadas de forma positiva, buscando ayudar a los demás.

martes, 9 de abril de 2013

Suerte y Destino


 
Dicen que había un hombre en un lejano país que conocía la felicidad, que siempre conseguía todo lo que quería.
 
Dicen que parecía tocado por la mano de la fortuna.
 
Dicen que su destino era poseer todas las cosas y dirigir todos los países.
 
Cuentan que un día Suerte fue a visitar a su amigo Destino. Entre los dos existía una vieja historia de amor y odio.
 
Viven dentro de cada persona, y cuando están a buenas esa persona medra, y los bienes le caen del cielo. Pero cuando se enfadan la persona sufre las consecuencias y lo pierde todo.
 
A veces, sólo por divertirse, hacen a una persona afortunada, hacen que se sienta el rey del mundo, y cuando está en la cima de su felicidad… la hacen caer al suelo.

 
Suerte se sorprendió de que su amigo no estuviera dentro de aquel hombre afortunado. Destino se sorprendió de ver a Suerte llegar de lejos, también esperaba verla asomar por la oreja del hombre afortunado.
- ¿Cómo es posible? - Se preguntaron los dos.

- ¿Qué clase de magia es esta que hace a un hombre poseer los dones que solamente nosotros podemos darle?
 
El hombre, un viejo artesano, miró a ambos, que estaban sentados en el borde de su mesa de trabajo.
 
Vaya, – dijo - no esperaba visitas de pequeños geniecillos.
 
 - No somos geniecillos. - Respondió Suerte malhumorada.
 
 - Somos aquellos que decidimos el futuro de los hombres. - Dijo Destino.
 
- ¿Mi futuro? No, mi futuro lo decido yo. Yo decido a qué hora levantarme cada mañana, qué voy a desayunar, si voy a comer en casa o en el campo, qué ropa voy a ponerme. Decido cuanto voy a trabajar, y qué es lo que voy a hacer cada día. Yo decido si ayudaré a mis vecinos o no. Decido cada una de las acciones de mi vida. Nunca os había visto antes.
 
 
Suerte y Destino se miraron. He aquí alguien que no reconocía su poder. No podían permitir que aquel hombre arruinara su reputación.
 
 - ¿Y si te dijera que yo puedo hacer que cada una de las figuras que haces se convirtiera en un objeto muy valioso? – Dijo Destino.
 
- ¿Cómo podrías hacer eso?
 
 - Haciendo que el destino de un rico marchante le hiciera pasar por aquí y se fijara en tus figuras.
 
- Y yo podría hacer que te hicieras inmensamente rico esta misma tarde. – dijo Suerte.
 
- ¿Cómo? – Dijo el hombre casi asustado.
 
- Haciendo que encuentres una enorme roca de oro en tu propiedad.
 
 
El hombre estuvo pensando durante un buen rato. Finalmente sacudió la cabeza, y dijo:
 
 - No.
 
- Si admitiera que hicierais eso pondría mi futuro en vuestras manos. Seguro que algo de suerte me vendría bien, y también sería bueno que mi destino fuera ser descubierto por un gran marchante de arte que me hiciera famoso y rico.
 
Pero ambas cosas las podría conseguir por mí mismo, si quisiera. O al menos intentarlo con todas mis fuerzas si ese fuera mi deseo.
 
Sin embargo haría que mis pensamientos dependieran de vosotros, que sois unos geniecillos muy traviesos. Creéis que podéis dirigir el futuro de los hombres, pero solamente tenéis poder sobre aquellos que creen que vosotros sois el único medio para obtener lo que ansían. No saben que si ellos lo deciden vosotros estaréis a sus órdenes.
 
- Ja, ja, ja,ja. – Rieron los malignos geniecillos.

- No puedes obligarnos a nada.
 
 
El hombre sonrió, se sentó en su taburete y comenzó a hacer girar su torno de alfarero, tomó un pedazo de arcilla y lo puso sobre el plato. Con sus expertas manos fue moldeando una vasija perfecta. Después la dejó secar mientras preparaba pinturas mezclando hábilmente pigmentos de distintos colores.
 
 
Cuando la arcilla se endureció comenzó a pintar sobre ella con mano firme, preciosas figurar de geniecillos enfadados, como los que ahora rondaban por su taller.
 
 
Dejó durante un momento la vasija y fue a calentar el horno. Cuando alcanzó la temperatura adecuada colocó dentro la vasija.
 
 
Después de un tiempo retiró la vasija con cuidado de no quemarse. Antiguas cicatrices mostraban que en otras ocasiones no había tomado las precauciones adecuadas.
 
 
Se montó en su carro y se fue a la ciudad vecina, donde conocía varias tiendas. Ese día había mercado, y antes de que pudiera llegar a ninguna de las tiendas, se congregaron a su alrededor decenas de personas. Conocían al artesano y sabían que llevaría una bonita pieza para vender.
 
 
Las personas comenzaron a ofrecerle comida, joyas, dinero, a cambio de su vasija. Suerte y Destino intentaban ahuyentar al gentío para que nadie pudiera comprar la vasija. Pero no lo consiguieron. La fama del hombre era inmensa.
 
 
Cuando el hombre consideró que le ofrecían suficiente por su pieza, la vendió. Podría haber obtenido más, pero esa cantidad era suficiente. Con el dinero compró comida, algunas herramientas, y una bonita joya para su pareja.
 
 
Cuando ya se volvía hacia su casa, para disfrutar de otra buena tarde junto con la persona a la que amaba, miró a Suerte y Destino y les dijo:
 
- Sólo tenéis poder sobre aquellos que creen que no controlan su futuro. Solamente controláis el futuro de quien espera que alguien resuelva sus problemas. Sin duda podéis ayudar, y también hacer el mal. Sin duda haríais mi vida más fácil. Pero entonces ya no sería la visa que yo hubiera escogido, sino la que vosotros me hubierais llevado a tomar.
 
Si algún día queréis hacerme un regalo, lo tomaré, pero no os lo agradeceré, porque nada hacéis que no sea por vuestro único bien.

miércoles, 3 de abril de 2013

Lecciones de Superación


La semana pasada he estado esquiando. Por eso no he incluido ninguna entrada en el Blog.

Hacía casi veinte años que no iba a esquiar porque en el año 1992 me rompí una rodilla. Lo intenté tres años después pero no fue bien, entonces tuve miedo.

Ahora he vuelto para superar ese miedo, y lo he conseguido. Tuve la ayuda de varios profesores de esquí que, con mucha paciencia, me reenseñaron a esquiar; y el apoyo de buenos amigos.

El resultado ha sido que me he probado que los miedos se pueden superar, incluso aquellos que parecen arraigados en la mente, en los recuerdos. La caída en la que me rompí la rodilla fue muy fuerte, y aún la recuerdo de modo especialmente vívido. Sin embargo he podido esquiar cuento he querido, con los límites de mi forma física solamente.

Durante los días que he estado en la montaña he visto a personas de muy diverso tipo. Niños que no tienen miedo y aprenden muy rápidamente. Personas que se caían y se levantaban para continuar. Otros se quedaban tumbados y desistían, al menos momentáneamente.

He visto a un hombre sin piernas, esquiar en una silla especial, y levantarse después de haberse caído.

He visto a una pequeña sin movilidad en los brazos, esquiar, subirse en los remontes de la estación de esquí y reírse mientras lo hacía.

He conocido a personas que han superado lesiones gravísimas, y que han continuado haciendo los deportes que más les gustaban.

Y todo esto me ha llevado a preguntarme ¿por qué algunas personas son capaces de levantarse y otras no?  ¿cuál es la diferencia?

Cuando conocemos a alguien capaz de seguir adelante a pesar de las dificultades con las que se ha encontrado, podemos aprender algunas lecciones: que la vida y los demás nos ofrecen oportunidades de aprender, que podemos superar cualquier adversidad.

La única diferencia entre unas personas y otras es que las que se levantan QUIEREN hacerlo, mientras que las que se quedan tumbadas, postradas, esperan a alguien que les ayude  a levantarse o que les escuche sus penas.

Quejarse es inútil en si mismo. Gasta energía y no ayuda a continuar. Y si una persona se queja demasiado será rechazado por quienes le rodean, si no hace nada por superar su situación.

Las personas que afrontan las dificultades como algo superable, cualquiera que sea la dificultad, son personas optimistas, con ganas de vivir, de aprender.

Siempre encontraremos a alguien en peor situación que nosotros, pero como dice una canción (no recuerdo el nombre): es triste que el único consuelo sea que todo podría ser peor, ese es el momento de cambiar.

Y siempre se puede cambiar, siempre se puede levantar la vista y comenzar a andar de nuevo, descubrir cosas nuevas, actividades nuevas, amistades nuevas.

Superarse no es volver a estar como antes, es mejorar, es encontrar nuevos caminos, es aprender de lo que nos hizo daño, es mirar de frente a la vida.

Si levantas la vista verás que ha personas capaces de seguir adelante. Y si alguien pudo hacerlo, tú puedes hacerlo.