“El efecto placebo es la capacidad
curativa de un agente terapéutico que no contiene ningún fármaco en su
composición. Se trata, por tanto, de un fenómeno psicológico o
psico-fisiológico en el que los síntomas de un paciente pueden mejorar mediante
un tratamiento con una sustancia placebo, es decir, una sustancia sin efectos
directamente relacionados con el tratamiento de aquello que estaría causando los
síntomas de dicho paciente, siempre que el paciente no conozca que está tomando
un placebo en lugar de un fármaco.
También es el causante de que
funcionen los métodos de la medicina no convencional, en que los pacientes se
curan solo si creen en la curación, no porque el método aplicado sea efectivo
contra esa enfermedad.
La explicación fisiológica
postulada para este fenómeno sería la estimulación (no por parte de la
sustancia placebo, de lo contrario no entraría en la definición) de parte del
cerebro que daría como resultado la mejoría del cuadro sintomático del paciente
que afirma estar aquejado por un mal a su salud.”
Es
un efecto para mí muy importante, porque implica que el cerebro es capaz de
actuar en determinadas enfermedades, y de actuar de forma determinante para su
resolución.
Para
algunos profesionales, lo que implicaría una curación a través del efecto
placebo es que la enfermedad realmente no existía. Una explicación similar la
darán si la curación se ha dado mediante una actuación de la mente sobre el
cuerpo a través de una sugestión profunda, ya sea inducida o autoinducida.
Para
otras personas será un efecto de la capacidad del cerebro para influir en el
cuerpo. Esta capacidad de influencia es algo universalmente aceptado. La
percepción del ambiente y de las circunstancias que nos rodean, la manera de
percibirlas, determina que el cuerpo actúe más o menos activamente, más o menos
estresado. Y esto actúa sobre la salud. Creo que nadie duda ya de esta
influencia.
Sigue
siendo discutible y discutida la profundidad y extensión de esta influencia.
Aceptar que solamente el cerebro es responsable de lo que nos ocurre
físicamente es tanto como negar la existencia de influencias exteriores, y casi
parece que de las enfermedades. No creo que sea así.
Negar
la capacidad del cerebro de influir en el estado físico tampoco es una opción
aceptable para mí. Y no soy partidario del reduccionismo físico, por el cuál
todo se reduciría a la secreción de hormonas o de otras sustancias que supongan
modificaciones físicas. Porque aunque el efecto físico último en algunos
parámetros (por ejemplo la tensión o la frecuencia cardiaca) sí sean producidas
por la secreción de sustancias, la mediación de la actividad cerebral es
determinante: la forma de pensar, las percepciones, las creencias, lo
aprendido… lo que en definitiva constituye la mente humana, tiene influencia en
la forma de actuar del cuerpo.
Desde
mi perspectiva, reducir los planteamientos a un mero efecto físico, no es
aceptable. Pero en el fondo tampoco me resulta determinante.
Tomando un símil informático, sería como pretender que un programador de software trabajase únicamente con la forma en que la electricidad se va a desplazar por los circuitos del procesador. Una vez establecido el lenguaje de programación, los informáticos crean programas, sistemas que realizan funciones y actividades, aunque no comprendan el funcionamiento físico de la máquina.
Para
mí lo importante es influir en el software, en la forma de pensar, en las creencias,
para permitir un mejor funcionamiento del cuerpo. La existencia del efecto
placebo resulta suficiente para que yo emplee tiempo en cambiar las etiquetas
autoimpuestas, las creencias, la forma de ver la vida, para obtener mayor
bienestar físico y, por supuesto, mental.
Esto
no significa que todas las enfermedades puedan curarse mediante la actuación
única y exclusiva de la mente, bien de forma consciente o bien de forma
inconsciente. Daniel Goleman trata el tema de forma excelente en su libro Inteligencia
Emocional, en el capítulo Mente y Medicina:
“Los
pacientes, por su parte, se han visto obligados a compartir este punto de vista
y a sumarse a una conspiración silenciosa que trata de ocultar las reacciones
emocionales suscitadas por la enfermedad o a desdeñarías como algo
completamente irrelevante para el curso de la misma, una actitud que se ve reforzada,
asimismo, por un modelo médico que rechaza de pleno la idea misma de que la
mente tenga alguna influencia significativa sobre el cuerpo.
No
obstante, en el polo opuesto nos encontramos con una ideología igualmente
contraproducente, la creencia de que somos los principales artífices de
nuestras enfermedades, la creencia de que basta con afirmar que somos felices y
salmodiar una retahíla de afirmaciones positivas para curarnos de las más graves
dolencias. Pero esta panacea retórica que magnifica la influencia de la mente
sobre la enfermedad no hace sino crear más confusión y aumentar la sensación de
culpabilidad del paciente, como si la enfermedad fuera el testimonio palpable
de un estigma moral o de una falta de valía espiritual”
Coleman
explica cómo las emociones tienen un poderoso efecto sobre el sistema nervioso
autónomo y el sistema inmunológico en relación con la liberación de hormonas, algunas
de ellas asociadas al estrés. Él habla de emociones tóxicas, como estados
emocionales que causan malestar y deterioro físico; un estado de enfermedad.
Desde
el punto opuesto, también podríamos hablar de emociones y estados positivos que
nos permitan un mayor bienestar. El efecto placebo muestra que la creencia en
que una sustancia mejorará nuestro estado permite en ocasiones esa mejoría. Ese
efecto puede ser inducido, como he dicho, sin que esto suponga un rechazo ni
siquiera mínimo de la medicina tradicional. Ambas perspectiva son
complementarias y de la mano de un afrontamiento optimista de las enfermedades
o de estados de carencia de bienestar físico, es seguro que los resultados de
la medicina serán mejores.
Coleman
lo llama “Los beneficios Clínicos de los Sentimientos Positivos”, y para mí
debería ser un aspecto a estudiar e implantar en la Sanidad, especialmente en
lo que se refiere al trato entre los profesionales de la medicina y los
pacientes. Cuando los médicos transmiten
optimismo, la curación es más rápida, por lo menos desde el punta de vista
subjetivo del paciente. Incluso en situaciones extremas, una perspectiva
optimista siempre mejorará la sensación, las expectativas, la vida del
paciente, o en última instancia, la aceptación de la enfermedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario