miércoles, 27 de febrero de 2013

Aislamiento y Soledad

Según el diccionario, soledad es carencia voluntaria o involuntaria de compañía, y también pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.
 
Aislamiento es incomunicación, desamparo.
 
En términos físicos puede entenderse de forma similar, si bien el aislamiento trae consigo una situación de indefensión, por falta de la posibilidad de comunicarse o de obtener ayuda.
 
En términos mentales la diferencia es todavía mayor. La soledad puede interpretarse como falta de compañía, o de sensación de falta de compañía; un sentimiento de pérdida, una carencia que puede ser voluntaria, pero que en cualquier caso es salvable. Quien está solo puede dejar de estarlo por sus propios medios, buscando ayuda o compañía.
 
Otra cosa es quien está aislado. El aislamiento conlleva una suerte de decisión ajena, o de imposición de los demás. Parece que quién está aislado lo está porque los demás así lo quieren. Tal vez por alguna característica propia que impele a los demás a rechazar a esa persona.
 
Esa es la diferencia definitiva. El rechazo. Quién está solo lo ésta porque ha ido perdiendo compañía, o porque se siente solo aunque tenga alrededor a personas que se interesen por él.
 
Quién está aislado no lo está por decisión propia, sino porque ha sido rechazado, o siente que ha sido rechazado.
 
Explica David Goleman en su libro Inteligencia Emocional, que, según un informe publicado en Science en 1987, el aislamiento «tiene la misma incidencia en la tasa de mortalidad que el tabaco, la tensión arterial elevada, el alto nivel de colesterol, la obesidad y la falta de ejercicio físico»
 
Y posteriormente añade: “Soledad, no obstante, no significa aislamiento. Son muchas las personas que viven retiradas o que tienen muy pocos amigos y que, en cambio, se sienten satisfechas y gozan de una salud excelente. El aislamiento que implica un riesgo clínico consiste en la sensación subjetiva de desarraigo y de no tener a nadie a quien recurrir. Y esta situación resulta terrible en la moderna sociedad urbana por el creciente aislamiento producido por la televisión y por el declive de los hábitos sociales (como pertenecer a una asociación o visitar a los amigos) y confiere un valor añadido a grupos de autoayuda tales como Alcohólicos Anónimos u otras comunidades similares.”
 
En definitiva, sentirse aislado supone un riesgo cierto para la salud física y mental, según Goleman. Y de esa sensación de aislamiento no se considera capaz de salir quién allí se ve. Es una sensación subjetiva quizá, o tal vez es una situación a la que se ha llegado al rechazar a los demás. Tal vez en ocasiones la situación se produce porque realmente existe esa situación de rechazo.
 
A veces queremos estar solos, pero no creo que nadie quiera quedarse aislado, sin la posibilidad de recurrir a los otros.
 
Y ahora, que podemos hacer para no cerrar puertas. Cada uno tenemos un número de personas alrededor, amigos, familiares y conocidos. Personas a las que a veces contamos sentimientos, vivencias, necesidades. No hay un número fijo o determinado.
 
Como conté en una entrada anterior, las amistades son muy variables, y cada uno de nosotros las cuida o las descuida de una forma diferente. Algunas personas tienen cerca a alguien con quien comparten toda su vida interior, aunque no hablen de ella. Otros tienen cerca a personas a las que hablan de todo lo que les ocurre, mientras que no lo hacen con otras personas que tienen más cercanas.
 
En internet se pueden encontrar miles de powerpoints que hablan de la amistad, de lo importante que es cuidar a los amigos, estar cerca de ellos… Yo creo que muchos de ellos lo que expresan es el miedo de quién los hizo a quedarse aislado. Y en esta sociedad de la comunicación a distancia parece que es fácil aislarse detrás de un muro tecnológico. Otros utilizarán la tecnología para romper sus miedos a comunicarse, y entonces la informática no resultará deshumanizante.
 
Como todas las tecnologías, importa el uso que se haga de ellas. Si se emplean para conocer y relacionarse con otras personas, estupendo, especialmente para aquellos que se encuentran aislados físicamente, pero que no están solos gracias a la técnica.
 
Como todas las sensaciones, aislamiento y soledad tienen un elemento subjetivo. Sobre ese elemento podemos actuar, y modificarlo, para sentirnos menos solos, para sentirnos menos aislados.
 
Hoy abre los ojos, mira a tu alrededor, y comparte tu vida con las personas que te acompañan. Agradece su compañía, y hazles saber que no están solos.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Placebo, el control del cuerpo por el cerebro



“El efecto placebo es la capacidad curativa de un agente terapéutico que no contiene ningún fármaco en su composición. Se trata, por tanto, de un fenómeno psicológico o psico-fisiológico en el que los síntomas de un paciente pueden mejorar mediante un tratamiento con una sustancia placebo, es decir, una sustancia sin efectos directamente relacionados con el tratamiento de aquello que estaría causando los síntomas de dicho paciente, siempre que el paciente no conozca que está tomando un placebo en lugar de un fármaco.

También es el causante de que funcionen los métodos de la medicina no convencional, en que los pacientes se curan solo si creen en la curación, no porque el método aplicado sea efectivo contra esa enfermedad.

La explicación fisiológica postulada para este fenómeno sería la estimulación (no por parte de la sustancia placebo, de lo contrario no entraría en la definición) de parte del cerebro que daría como resultado la mejoría del cuadro sintomático del paciente que afirma estar aquejado por un mal a su salud.”

Esta es la definición que da la Wikipedia del efecto placebo.

Es un efecto para mí muy importante, porque implica que el cerebro es capaz de actuar en determinadas enfermedades, y de actuar de forma determinante para su resolución.

Para algunos profesionales, lo que implicaría una curación a través del efecto placebo es que la enfermedad realmente no existía. Una explicación similar la darán si la curación se ha dado mediante una actuación de la mente sobre el cuerpo a través de una sugestión profunda, ya sea inducida o autoinducida.

Para otras personas será un efecto de la capacidad del cerebro para influir en el cuerpo. Esta capacidad de influencia es algo universalmente aceptado. La percepción del ambiente y de las circunstancias que nos rodean, la manera de percibirlas, determina que el cuerpo actúe más o menos activamente, más o menos estresado. Y esto actúa sobre la salud. Creo que nadie duda ya de esta influencia.

Sigue siendo discutible y discutida la profundidad y extensión de esta influencia. Aceptar que solamente el cerebro es responsable de lo que nos ocurre físicamente es tanto como negar la existencia de influencias exteriores, y casi parece que de las enfermedades. No creo que sea así.

Negar la capacidad del cerebro de influir en el estado físico tampoco es una opción aceptable para mí. Y no soy partidario del reduccionismo físico, por el cuál todo se reduciría a la secreción de hormonas o de otras sustancias que supongan modificaciones físicas. Porque aunque el efecto físico último en algunos parámetros (por ejemplo la tensión o la frecuencia cardiaca) sí sean producidas por la secreción de sustancias, la mediación de la actividad cerebral es determinante: la forma de pensar, las percepciones, las creencias, lo aprendido… lo que en definitiva constituye la mente humana, tiene influencia en la forma de actuar del cuerpo.

Desde mi perspectiva, reducir los planteamientos a un mero efecto físico, no es aceptable. Pero en el fondo tampoco me resulta determinante.

Tomando un símil informático, sería como pretender que un programador de software trabajase únicamente con la forma en que la electricidad se va a desplazar por los circuitos del procesador. Una vez establecido el lenguaje de programación, los informáticos crean programas, sistemas que realizan funciones y actividades, aunque no comprendan el funcionamiento físico de la máquina.

Para mí lo importante es influir en el software, en la forma de pensar, en las creencias, para permitir un mejor funcionamiento del cuerpo. La existencia del efecto placebo resulta suficiente para que yo emplee tiempo en cambiar las etiquetas autoimpuestas, las creencias, la forma de ver la vida, para obtener mayor bienestar físico y, por supuesto, mental.

Esto no significa que todas las enfermedades puedan curarse mediante la actuación única y exclusiva de la mente, bien de forma consciente o bien de forma inconsciente. Daniel Goleman trata el tema de forma excelente en su libro Inteligencia Emocional, en el capítulo Mente y Medicina:

        “Los pacientes, por su parte, se han visto obligados a compartir este punto de vista y a sumarse a una conspiración silenciosa que trata de ocultar las reacciones emocionales suscitadas por la enfermedad o a desdeñarías como algo completamente irrelevante para el curso de la misma, una actitud que se ve reforzada, asimismo, por un modelo médico que rechaza de pleno la idea misma de que la mente tenga alguna influencia significativa sobre el cuerpo.

        No obstante, en el polo opuesto nos encontramos con una ideología igualmente contraproducente, la creencia de que somos los principales artífices de nuestras enfermedades, la creencia de que basta con afirmar que somos felices y salmodiar una retahíla de afirmaciones positivas para curarnos de las más graves dolencias. Pero esta panacea retórica que magnifica la influencia de la mente sobre la enfermedad no hace sino crear más confusión y aumentar la sensación de culpabilidad del paciente, como si la enfermedad fuera el testimonio palpable de un estigma moral o de una falta de valía espiritual”

Coleman explica cómo las emociones tienen un poderoso efecto sobre el sistema nervioso autónomo y el sistema inmunológico en relación con la liberación de hormonas, algunas de ellas asociadas al estrés. Él habla de emociones tóxicas, como estados emocionales que causan malestar y deterioro físico; un estado de enfermedad.

Desde el punto opuesto, también podríamos hablar de emociones y estados positivos que nos permitan un mayor bienestar. El efecto placebo muestra que la creencia en que una sustancia mejorará nuestro estado permite en ocasiones esa mejoría. Ese efecto puede ser inducido, como he dicho, sin que esto suponga un rechazo ni siquiera mínimo de la medicina tradicional. Ambas perspectiva son complementarias y de la mano de un afrontamiento optimista de las enfermedades o de estados de carencia de bienestar físico, es seguro que los resultados de la medicina serán mejores.

Coleman lo llama “Los beneficios Clínicos de los Sentimientos Positivos”, y para mí debería ser un aspecto a estudiar e implantar en la Sanidad, especialmente en lo que se refiere al trato entre los profesionales de la medicina y los pacientes.  Cuando los médicos transmiten optimismo, la curación es más rápida, por lo menos desde el punta de vista subjetivo del paciente. Incluso en situaciones extremas, una perspectiva optimista siempre mejorará la sensación, las expectativas, la vida del paciente, o en última instancia, la aceptación de la enfermedad.



miércoles, 13 de febrero de 2013

Memoria y olvido



Estos días Nicolás (mi hijo, que tiene  años) está aprendiendo las tablas de multiplicar. Para ayudarle estoy empleando técnicas de sugestión induciendo una relajación profunda. Después le llevo hasta el interior de su mente, (donde además hay una caja fuerte en la que guarda sus miedos) y le repito las tablas de multiplicar.

Todos las aprendimos repitiéndolas una y otra vez hasta conseguir su sobreaprendizaje, como muchas otras cosas que fuimos capaces de aprender de niños.

Sin embargo muchas veces he oído decir: “No tengo memoria”

Y lo cierto es que yo también la he dicho.

Pero es mentira. Porque sí que tenemos memoria, el asunto es en qué la aplicamos.

En qué utiliza cada persona su memoria.

Todos somos capaces de recordar las tablas de multiplicar que aprendimos de pequeños.

Sin embargo cuando nos repetimos una etiqueta, una y otra vez, como por ejemplo esa de “no tengo memoria”, o “estoy perdiendo la memoria”, lo que estamos es lanzando un mensaje a la mente, un mensaje que se irá incrustando cada vez más profundamente.

Una manera de detener el proceso es darse cuenta de que sí tenemos memoria, y observar qué somos capaces de recordar a diario, cosas sencillas, como el camino a casa, los libros o la música que nos gusta; o complicadas relacionadas con el trabajo o con aficiones.

La sensación de no recordar cosas es común. A muchos nos cuesta recordar números de teléfono que empleamos a menudo, porque ahora solamente tenemos que buscar el nombre en el móvil. Las agendas electrónicas de los teléfonos inteligentes hacen que no necesitemos recordar las citas.

Yo empleo una agenda de papel y la del móvil, aun así hay veces que olvido cosas que tendría que hacer. Obviamente no eran importantes… para mí.

Y es que cuando algo es importante, se recuerda.

Y a veces alguna cita que se teme o que causa disgusto, se “olvida” aunque sea importante.
El cerebro hace estas cosas. A veces esconde citas a las que no se quiere ir, o que no son importantes para uno. A veces nos trae un recuerdo sin venir a cuento, o un olor, o un sonido.

Los medios modernos funcionan como una memoria extendida, y yo creo que no hay que desestimar su utilidad. Lo interesante es emplear la memoria y las capacidades para aquello que nos interese, ya sea el trabajo, el ocio, el perfume de la persona querida, la letra de una canción.

Trabajad con recuerdos importantes, y dejad al cerebro que olvide lo que no lo es.

No creo que sea bueno recordarlo absolutamente todo, y no por un simple problema de capacidad de los circuitos neuronales. Porque en realidad la mayor parte de la información habrá quedado almacenada ahí aunque no seamos capaces de acceder a ella. Lo que sucede es que el cerebro desestima lo que no le parece relevante.

Si constantemente le repites que no tienes memoria, te hará caso. Si le repites que eres capaz de recodar lo que te interesa, también te hará caso.

Vi hace algún tiempo una serie de televisión de tres capítulos que se llama “Black Mirror”. En uno de los capítulos las personas tenían un dispositivo en la cabeza que lo grababa todo, de modo que se podía acceder a todos los recuerdos visuales y auditivos como con una cámara de vídeo, siendo así capaces de ver escenas que sucedieron alrededor (en el campo visual) pero de las que los personajes no eran conscientes hasta su revisión.

Además de la pérdida de intimidad que suponía porque otros podían acceder a tus recuerdos, el exceso de información provocaba un serio disgusto al protagonista.

Tenemos memoria, muy buena memoria. Y la podemos emplear para aquello que más nos interese. Pero además tenemos la suerte de poder olvidar.


miércoles, 6 de febrero de 2013

Responsabilidad y culpa



Culpa y responsabilidad son palabras que a veces se emplean como sinónimos, pero que son muy distintas en realidad.
La diferencia es que la culpa tiene un componente de voluntariedad, de intencionalidad. Tienes la culpa cuando haces algo mal a propósito.
Eres responsable de todo lo que haces.
Sea cual sea el resultado.
Si el resultado es positivo, entonces eres responsable del éxito obtenido.
Si el resultado es negativo, eres responsable de tus errores. Si se ha producido algún daño, deberías compensarlo en la medida de lo posible.
En cualquier caso lo que es más importante es aprender de los errores.
Otra cosa muy diferente es el sentimiento de culpa.
Y este es un sentimiento bastante inútil, especialmente cuando no se estaba buscando hacer daño.
Algunas personas tienden a culpar de todo lo malo que les sucede al exterior, a otras personas, a la genética, al tiempo, en definitiva a cualquiera que no sean ellos mismos.
Otras personas tienden a culparse de todo lo que les pasa, y nunca reconocen los éxitos que hayan podido tener.
A este concepto se le llama en Psicología “Locus de Control”, y podríamos definirlo como el lugar en el que las personas ubican la responsabilidad de lo que les sucede, el lugar que determina el control de su vida. El grado en que un sujeto percibe que el origen de eventos, conductas y de su propio comportamiento es interno o externo a él.
Se suele considera como un rasgo de la personalidad, y como todos los rasgos es una cuestión de grados.
Existen dos extremos en la definición de este rasgo, interno y externo:
Las personas con Locus de control interno consideran que lo que les sucede es consecuencia sus propias acciones, es decir la percepción que él mismo controla su vida. Y por lo tanto valora positivamente su esfuerzo, su habilidad y su responsabilidad personal. (Ver Wikipedia).
Estas personas suelen ser más beligerantes en caso de confrontación, tratando de reconquistar el control. Se sienten más satisfechos de sus éxitos, que consideran logros de su esfuerzo, y suelen tener buena imagen de sí mismos.
Sin embargo quien ubica el control en el exterior (Locus de control externo), creen que lo que les sucede es resultado del azar, del destino, de la suerte o de lo que los demás hagan o decidan. Por lo tanto lo que les pase no tendrá relación con su desempeño, y no pueden controlarlo por si mismos, por grande que sea el esfuerzo que hagan. Así que los méritos y problemas se los cargarán a los demás.
Por el lado positivo, se enfrentan mejor a enfermedades o a problemas graves, porque en definitiva “no dependen de uno, sino de algo exterior”.
Frente a estos problemas, las personas con locus de control interno buscarán la causa en su interior, en sus acciones, lo que puede que no suceda, derivando en nervios y ansiedad.
Dice Wayne Dyer (Tus Zonas Sagradas) que si crees que el exterior tiene la culpa de lo que te pasa, sea positivo o negativo, lo que haces en definitiva es repartir culpas y abandonar tu control. Y lo que es peor,  es reconocer que no tienes dominio de la situación.  Con el tiempo derivará en creerte incapaz de controlar la propia vida. 
El extremo del control interno tampoco está exento de problemas. Porque en definitiva el azar existe, y en la vida las decisiones de los demás afectan a lo que nos sucede. Otra cosa es cómo seamos capaces de afrontar las consecuencias de los actos de los demás.
A veces me he encontrado con personas que echan la culpa de los problemas, errores, fracasos y en general de todo lo que no haya salido como esperaban a quienquiera que se encuentre cerca, o al tiempo, o al empedrado. Sin embargo cuando sale bien les oyes vanagloriarse de sus éxitos.
Aparentemente es la mejor de las personalidades. Es la personalidad de “yo soy el/la mejor”. Una persona así no tiene aparentemente problemas de autoestima.
Lo que pasa es que si tienes a alguien así a tu alrededor, “cansa” un poco, y esa persona puede verse de pronto aislada, y cuando cometa un error (como todos cometemos), puede verse señalada, siendo objeto de burlas. El resultado de situaciones así, es que la autoestima se tambalea. Además creo que ni son tan “internos” en sus éxitos, ni tan “externos” en sus fracasos.
Quizá lo mejor es asumir la responsabilidad en lo que se hace, asumir los errores y alegrarse de los éxitos conseguidos mediante trabajo. Dar el valor que tiene a la suerte, buena o mala.
Y volviendo al principio de la entrada, dando a los actos su valor, alejando el sentimiento de culpa, que en ocasiones invalida a la persona y le impide avanzar.
Cuantas veces perdemos tiempo recordando una situación desagradable, algo que salió mal, un accidente… y pensamos “si yo hubiera hecho…” “si no hubiera…” No sirve de nada ese tipo de pensamientos, y tenemos derecho a no sentirnos culpables de aquellos actos  en los que no quisimos hacer daño pero algo salió mal (otra cosa es asumir las consecuencias de los errores, aunque hayan sido por descuido, responsabilidad).
En primer lugar es importante darse cuenta de cuando se cae en esa cadena de pensamientos, y detenerla, con cualquier pensamiento distinto, o mirando detenidamente a algo de nuestro alrededor, o prestando oídos a algún ruido.
En segundo lugar podemos usar una técnica sencilla, que consiste en ver esa situación desde fuera, como espectadores, tratando de ver los errores, pero también los aciertos, lo que hicimos bien, lo que ese personaje que ya no somos nosotros hizo o pensó hacer bien. Se trata de poner una cierta distancia emocional con la situación, para evitar que nos siga afectando.
La mente sabe curarse, y cuando se le da espacio y tiempo, lo hace mejor y más rápido.