Cada persona recuerda su infancia de modo distinto. Recordamos aquellos
tiempos como alegres o tristes, felices, despreocupados, rodeados de juego y de
deberes del colegio. De exámenes, aprobados, suspensos, castigos y premios.
Casi todos coincidimos en que “ahora no es como antes”.
“Los dibujos animados de ahora son mucho peores, y no enseñan valores”, como
si los dibujos del coyote persiguiendo al correcaminos fueran un ejemplo a
seguir. Simplemente eran otra cosa.
Igual que la televisión en general, los libros, o los videojuegos actuales.
La tecnología cambia al mundo y con el mundo continuamente, y al igual que
las personas de 40 o 50 años aprendimos a utilizar ordenadores muy pronto, y
los móviles más tarde, los niños de ahora tienen que aprender a desenvolverse
con tecnologías que constituirán parte de su vida, cambiando cada vez más
rápido.
Los niños manejan las pantallas táctiles de forma intuitiva, manejan los
ordenadores con soltura, y son capaces de descubrir por si mismos las
instrucciones de los videojuegos en cada una de las consolas que utilizan.
En este entorno, los niños desarrollan capacidades que serán necesarias
para su futuro. Pero ese entorno de juego también supone posibles cambios en su
comportamiento que deben ser controlados.
Para empezar el tipo de videojuegos a los que juegan, igual que el tipo de
ficción que emiten las series infantiles, mediatizan su creatividad (igual que
antes lo hacían los libros que leíamos o las series que veíamos). Muchas veces
veo a niños pequeños corriendo por la calle con los dos brazos hacia atrás,
igual que corren los protagonistas de algunas series de televisión japonesas.
Los juguetes también son propios de esta era, aunque afortunadamente algunos
perduran actualizados, como las peonzas, otra vez de moda, y pronto volverán,
otra vez, los yo-yos, o los juegos de construcción.
Igual que pasó a las anteriores generaciones, el entorno cultural mediatiza
ahora la creatividad de los niños y sus juegos. Sus intereses irán cambiando
conforme crezcan. Algunos mantendrán su interés por los videojuegos, igual que
en mi generación lo hicieron por los cómics. Algunos se interesarán por los deportes,
por salir de fiesta, por estudiar…
Un artículo muy interesante sobre este tema podéis encontrarlo aquí:
Algunos se convertirán en adolescentes-infantiles, niños de los que sus
maestros dirán a los padres que “no han madurado”, que son exactamente eso, muy
infantiles.
En realidad cada persona alcanza distintos niveles de madurez durante su
vida, y a ritmos distintos. No pocos adultos siguen siendo inmaduros, o
infantiles en sus reacciones.
El foco de mi atención hoy (y en mi trabajo como psicólogo muchas veces),
está en aquellos preadolescentes que, de repente, bajan de calificaciones, se
mantienen en pensamientos infantiles, en ensoñaciones… He observado que muchos
de estos niños, que suelen ser muy inteligentes, emplean un buen número de
horas en jugar con videojuegos, en ver la televisión, en leer libros de
fantasía; y pocas horas en jugar con otros niños, o en realizar actividades
físicas.
La deriva mental de estos niños comienza en una idealización de lo que se
puede conseguir, de lo alcanzable en la vida, unida a un empleo excesivo de
tiempo en soñar (no en mantener una visión), fantaseando en soluciones mágicas
o mundos felices, en los que el esfuerzo no es necesario.
La clave no son los videojuegos, sino el mundo creado por ellos.
Son niños a los que después de suspender se les castiga en su habitación
sin “maquinitas”, a estudiar; y que pasan muchas horas allí sentados, delante
de los libros, para volver a suspender para desconcierto y enfado de sus
padres.
Si se los observa se puede ver cómo su atención vuela de la clase, del
profesor particular, del libro, o de lo que sea que no le interese, hacia su
mundo. Un mundo en el que la solución a sus problemas llegará repentinamente, o
a un mundo diferente al que tienen delante.
La fantasía ocupa su tiempo, y el mundo real no. Su creatividad, su
imaginación, es empleada en actividades no tangibles.
Y lo que los padres quieren es que el niño apruebe, porque la organización
de este mundo que les toca vivir exige que todo el mundo tenga su título.
¿Cómo solucionarlo?
En primer lugar es necesario entender que este proceso no atañe solamente a
los niños, sino también a los padres, que tendrán que modificar su forma de relación
con los niños.
En segundo lugar es muy importante buscar CON el niño qué es lo que le
gusta hacer, dónde le gustaría estar, en que actividad le gustaría destacar. En
definitiva una motivación interior.
Ese interés propio, que realmente le puede arrastrar a la acción, es el elemento
con el que podremos enlazar sus “obligaciones” académicas para modelar su
actividad. El proceso tiene que ser interiorizado por el niño, no tanto como un
castigo/recompensa si aprueba, sino que debe transformar el estudio en una
herramienta o un medio para conseguir sus verdaderos fines.
Encontrar algo que le motive es esencial, porque servirá para sacarle de su
inacción, para mostrarle que puede conseguir sus metas si se mueve hacia ellas,
y que los obstáculos que tenga en el camino (por ejemplo aprobar las asignaturas)
son tan solo retos que harán más reconfortante la obtención de la meta.
También es importante saber que el objetivo puede cambiar, desde un viaje
hacia la nueva consola PS5, o aprender a montar a caballo. Lo importante es
aprender con el niño, acompañarle, y orientarle su sueño hacia algo alcanzable,
enseñándole que puede alcanzarlo por sí mismo, sin esperar a la solución mágica.
¿Empezamos?