Los seres humanos somos animales sociales. Con
independencia de la concreta sociedad, religión, país, barrio o equipo de
fútbol al que se pertenezca, la mayoría de las personas nos sentimos
emocionalmente involucradas en un grupo social (o más de uno).
Esa socialización implica que queremos ser apreciados por
el grupo. Ser expulsados del grupo en el pasado significaba pasar más
dificultades en la vida, podía significar incluso la muerte. El destierro sigue
siendo un castigo muy duro emocionalmente. Por eso "necesitamos" a
los demás. Por eso nos importa tanto la opinión de los demás. Es parte de
nuestro ser atávico.
En la sociedad occidental, desde hace algunos siglos, se
ha desarrollado un impulso contrario a ese pegamento social. Somos
individualistas, y en cierto modo debemos ser individualistas, porque la
dependencia de los demás impide o al menos dificulta el desarrollo y el
crecimiento personal.
En la mayoría de las personas esas dos fuerzas contrarias
conviven sin problemas. Somos un "yo en la sociedad”. Nos sentimos bien
dentro de esta situación. Cuando el grupo corre peligro aparecen impulsos de
defensa de los demás, de ayuda a los otros. Si el peligro es demasiado grande
impera el instinto de supervivencia.
Algunas personas, sin embargo, NECESITAN, en mayúsculas,
la aprobación de los demás. La simple posibilidad de sentirse rechazados les
produce ansiedad, aunque la realidad por parte de los otros sea de inclusión y
de aceptación.
Su vida se convierte en una necesidad de ser queridos y
aceptados. Por eso no saben decir no, porque la simple posibilidad de ser
rechazado supone más sufrimiento que llevar a cabo tareas que saben que no son
suyas.
En el extremo está el Síndrome de Wendy.
Es de sobra conocido el cuento de Peter Pan, el niño que
no quiere crecer. Y seguro que os suena el Síndrome de Peter Pan, propio de
aquellas personas (hombres y mujeres) que no quieren madurar.
Su zona de confort está dentro del comportamiento
infantil. Rechazando asumir responsabilidades y soñando con una solución mágica
a sus problemas.
Se he descrito como síndrome de Wendy a la persona que
asume todas las responsabilidades que Peter Pan no quiere (a mi me parece que
debería llamarse Síndrome de Campanilla, pero supongo que no es así por que la
magia de verdad queda excluida).
Wendy hace todo lo posible para agradar, para ser
querido, para que no ser rechazada (el síndrome afecta a hombres y mujeres). No
sabemos por qué, puesto que el pasado de cada uno es distinto. Quizá algún
hecho de su pasado condicionó su manera de relacionarse con los demás y
descubrió que si se encargaba de todo le permitían estar más cerca, ser más
aceptada.
Con el tiempo comprenderá que lo que hacía porque quería
se ha convertido en obligación, y aquellos a quienes les hacía el trabajo para
ser querida, pasarán a exigírselo, castigándole con mayor fuerza si no lo hace.
De ese modo se refuerza la necesidad de asumir todo el trabajo, siendo
demostrado que “solamente" es aceptada cambio de hacer todo el trabajo.
Son las amas de casa que se ocupan de todo y no permiten
que nadie haga nada porque temen perder su razón de aceptación sentida (no real).
Se multiplican en todas las tareas aunque también trabajen fuera de casa.
Permiten ser “explotadas” y se quejan sólo suavemente.
Son los trabajadores que hacen todo el trabajo de un
equipo, los estudiantes que se encargan de todo en un grupo en el instituto.
Son también padres que hacen los deberes de los niños.
Y además de hacerlo todo, piden perdón cuando no pueden,
y disculpan al Peter Pan de turno.
Afortunadamente la mayoría de nosotros no llegamos tan
lejos, aunque seguro que alguno de los comportamientos de Wendy son
reconocibles en casa uno.
Ser querido, ser aceptado es socialmente deseable. Es
importante para todos. Sin embargo es algo que depende en parte de los demás,
de forma que no se puede controlar completamente.
Es importante escuchar las opiniones de los demás, porque
aportan un punto de vista exterior a nosotros. También es importante escucharse,
porque nuestro punto de vista debe determinar nuestra acción, y lo cierto es
que sabemos cuando alguien se aprovecha de nosotros.
Lo cierto es que las personas que se respetan a sí
mismas, que asumen sus valores y actúan conforme a éstos, que defienden su
espacio vital, su trabajo y su descanso, son apreciadas.
Cuando una persona te ayuda porque quiere hacerlo, pero
al mismo tiempo te permite tomar tus decisiones o asumir tu parte del trabajo,
te ayuda doblemente.
Se trata de asumir cada uno su tarea.
Y de no hacer el trabajo de los demás si no es necesario,
no de hacerlo cuando lo piden, sino de ayudar cuando es necesario.
Se trata de reconocerse haciendo cosas para agradar y
solamente para agradar. Detectar, y detener la acción que nos perjudica.
Si alguien solamente te quiere por el trabajo que le
haces, no te quiere a ti, sino a su descanso y a su propio bienestar.
Seguramente le haremos un mayor bien dejándole asumir su responsabilidad.
Así que, si es tu reflejo el que has visto en estas líneas,
practica el no, y si quieres explica el por qué de ese no: Porque ese trabajo
no es mío, esa no es mi responsabilidad. Pero no te justifiques, no des
explicaciones más allá de la razón verdadera, respétate y quiérete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario