El
martes contaba que no soy una persona supersticiosa, pero eso no quiere decir
que no tenga “manías”. En casa solemos tener velas encendidas por la noche. Nos
dan “buen rollo”. También cuando salgo de casa toco unas campanillas que
tenemos colgadas en la puerta.
Estas
costumbres las mantenemos porque nos hacen sentir bien, provocan un estado
interior de bienestar.
¿Y
si no ponemos las velas o no tocamos las campanitas? No pasa nada, no tendremos
mala suerte, ni nuestro ánimo será malo. Buscamos mejorar, simplemente eso,
mediante un gesto o un acto que nos conduzca rápidamente a ese estado de
bienestar deseado.
Cuando
anclamos una sensación positiva o un estado de ánimo positivo a una determinada
acción, recuperamos esas buenas sensaciones cuando “disparamos” el ancla. Lo
contrario no es cierto, si no se dispara el ancla, si no hacemos el gesto
ensayado, no tendremos un mal día ni nos caerá encima una depresión o la mala
suerte.
Entremos
en materia.
Los
anclajes positivos los vamos a desarrollar respecto de un gesto determinado.
Mediante las herramientas de relajación y de autosugestión. Vamos a unir una
serie de emociones y de estados positivos a un determinado gesto. Cuando seamos
capaces de hacerlo bien (dentro de muy poco) realizar ese gesto disparará en
nosotros las emociones positivas que hayamos unido a ese gesto.
No
es muy difícil, habéis visto como lo hacen muchos deportistas antes de
competir. Son gestos que consciente o inconscientemente han unido a un estado
mental de confianza. Si lo que piensan es que les dará suerte, entonces es
superstición. Así de simple.
Para
ello seleccionaremos primero un gesto sencillo, poco visible y poco susceptible
de producirse por accidente. Por ejemplo cogerse con los dedos índice y pulgar
el caballete de la nariz, justo entre los ojos. Una vez seleccionado entraremos
en un nivel de relajación como ya se ha explicado y programaremos nuestra mente
para unir el gesto con un estado mental de concentración y claridad mental.
Un
sistema sencillo de hacerlo es recordar situaciones en las que nos sentimos muy
bien, porque tuvimos claridad mental, rapidez de reflejos, porque conseguimos
admiración o aplauso, porque nos sentimos orgullosos de nuestra voluntad. Cada
situación debe ser recordada lo más vivamente posible dentro del estado de
relajación y se “ancla” al gesto elegido realizando éste físicamente. Cuanto
más se repita el gesto durante situaciones reales o recordadas de “perfección”,
mayor será el anclaje. Después cuando se repita el gesto en una situación de
debilidad, la mente volverá a la situación positiva anclada.
Podéis
aprender a “generaros anclas” por vosotros mismos. También podéis hacerlo con
ayuda, guiados por un psicólogo.
También es importante el uso que se hace del gesto.
Vamos a poner un ejemplo. Una ejecutiva de alto nivel, estresada (las ejecutivas suelen tener dos trabajos, el que le da dinero y el de casa), necesita controlarse al hablar en público, porque entre sus nuevas tareas está la de dirigir las reuniones de trabajo de su departamento y las de los clientes.
Bien, primero debe aprender a relajarse. Después puede pensar en gestos discretos y conscientes, que pueda hacer delante de otras personas sin que sean llamativos. Una vez que se haya decidido por uno, buscará en su memoria situaciones que le produjeron buenas sensaciones, confianza, momentos en los que se sintió recompensada, feliz, segura con su trabajo o con lo que fuera que hiciera, en los que se sintió segura de si misma y satisfecha, orgullosa. Situaciones que apuntará en un papel, sin que nadie tenga porque conocerlas, nadie más que ella.
A continuación hará una sesión de relajación, y en ese estado recordará lo más vívidamente posible cada una de esas situaciones de bienestar, y cada vez que se encuentre reviviendo una de ellas hará real y físicamente el gesto de anclaje (por ejemplo, el que he descrito más arriba, tocándose con índice y pulgar el nacimiento de la nariz).
Repitiendo ese gesto, si es necesario en varias sesiones, la sensación de bienestar y de confianza quedará anclada. Repitiendo el gesto antes de entrar en una reunión retomará la sensación de confianza que le viene bien para afrontar la reunión (le viene bien, no la necesita, porque de partida es capaz de solventar el problema).
Ciertamente
se ha producido un condicionamiento, no es un acto supersticioso, porque nada
exterior tiene que pasar, lo que buscamos es un anclaje interior.
Como el buen vino, la experiencia gana con el tiempo, y como el vino, el consumo excesivo tiene contraindicaciones. Si nuestra ejecutiva se pasa el día repitiendo el gesto de anclaje tal vez pierda efectividad, y seguro que llama la atención. Es fácil que se convierta en superstición: “si no lo hago me irá mal”.
Vale, hemos aprendido a crear anclas positivas para obtener una sensación, un estado interior positivo.
¿Podemos ir más allá?
La Wikipedia define el flujo, en el ámbito de la psicología, como el estado mental operativo en el cual la persona está completamente inmersa en la actividad que está ejecutando. Se caracteriza por un sentimiento de enfocar la energía, de total implicación con la tarea, y de éxito en la realización de la actividad. Esta sensación se experimenta mientras la actividad está en curso. El concepto de flujo fue propuesto por el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi en 1975 (http://goo.gl/XSmcT).
En deporte se suele llamar “estar en la zona” y algunos deportistas lo han descrito como un estado mental en el que su habilidad fluye, en la que la actividad es lo más importante con independencia del resultado.
Mediante la práctica, quizá seamos capaces de inducir ese estado de flujo, o de “estar en la zona” utilizando un anclaje.
Ese
es el reto.